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La experiencia se transmutó­ en sangre de su sangre, en gesto y mirada anónimos­ imposibles de separar de su ser. “Sólo entonces –admite el poeta– puede acontecer que en una hora muy singular se alce de las profundidades y se exprese, la primera palabra de un verso”.

Baudelaire, el gran perseguidor de sueños, siempre a la búsqueda de lo absoluto, fue uno de aquellos seres castigados en su grandeza por haber pretendido conocer la verdad a cualquier precio. Recordemos aquí las palabras que el propio poeta escribió refiriéndose a Poe, otro de los cortesanos oscuros de las ciencias ocultas, encadenado a la ley lethal que lleva a la degradación a cierta clase particular de hombre: “Vosotros, los que habéis buscado ardientemente descubrir las leyes de vuestro ser, que habéis aspirado al infinito y cuyos sentimientos reprimidos han debido buscar un espantoso alivio en el vino y en el libertinaje, rogad por él.

La analogía poética –dice Breton– tiene en común con la analogía mística el hecho de que ambas transgreden las leyes de la lógica y muestran al espíritu la interdependencia de dos objetos de pensamiento situados sobre planos diferentes, entre los cuales, el funcionamiento lógico del espíritu no es apto para establecer ningún puente y se opone a priori a que todo puente sea establecido.

Para él la destrucción y la muerte se superan proyectándose hacia una realidad espiritual que estabiliza la vida y lo libera de la prisión historicista. Como el especialista del éxtasis, el poeta alienta una nostalgia de absoluto y accede a su modo en una indecible dimensión intemporal.

Para Rilke, el hombre es el desgarrado peregrino de un mundo seen y otro invisible. El primero conocido por los sentidos, el segundo accesible por la intuición y la visión espiritual. Uno tridimensional y discontinuo, otro multidimensional y continuo, sólo perfilado a través del lenguaje de los símbolos. El hombre que acepta únicamente el mundo fileísico, –pensaba el poeta– se desplaza como inmerso en el sueño y no supera un conocimiento literal. Se halla hipnotizado por el mundo de las formas, reacciona a los estímulos con respuestas estereotipadas y piensa que su ser es la suma de esa multitud de actitudes mecánicas. Sin embargo, detrás de esa niebla de gestos repetidos y palabras convencionales existe un grado de verdad que Rilke conoció por sus vivencias religiosas, por su capacidad para experimentar lo incondicionado; ese “momento fuera del tiempo’ que permite la visión unitaria­ del cosmos, el acceso al “yo” secreto y misterioso.

Agoglia y Guillermo A. Maci. En la misma revista salían a la luz dos valiosos trabajos que despertaban vivamente en mí el interés ocasional: “Ciencia e historia de las religiones” de Armando Asti Vera y “La unidad cósmica y el sueño en la poética de Nerval” de Eduardo A. Azcuy.

De estos planos en que puede expresarse el sentimiento religioso, Baudelaire ha elegido desde el comienzo el misticismo “hecho para los alquimistas del pensamiento”. En Mon coeur mis à nu se lee esta reveladora you can try this out confesión: “Desde mi infancia, tendencias al misticismo. Mis conversaciones con Dios”, y en Journaux intimes: “Panteísmo. Yo soy Todo; Todo es Yo”. Sin embargo, el misticismo baudelaireano no conduce al panteísmo espinosista, sino que, a través del romanticismo, coincide con la teosofía de Boehme que, impregnada de elementos ocultistas, muestra una doctrina religiosa según la cual el universo y el hombre son símbolos de Dios. Esta concepción se asienta sobre el principio ocultista de las analogías. El macrocosmos corresponde al microcosmos a causa de la Voluntad infinita y la Intención eterna que coordinan los elementos de los distintos planos. Tal como la Tradición lo explain, Dios es la explicación suprema del Universo, el principio a que se refiere toda la intencionalidad que anima al cosmos y al hombre. “Las cosas –escribe Baudelaire en L`art romantique– se han expresado siempre por una analogía recíproca, desde el día en que Dios hizo al mundo como una totalidad compleja e indivisible”. A despecho de su pretendido dualismo, el pensamiento del poeta tiende decididamente a la Unidad.

El animismo tyloriano, basado en las especulaciones del hombre sobre la muerte y las formas humanas que pueblan las alucinaciones y las representaciones oní­ricas, postula con fuerza de axioma la identidad de la lógica en todos los tiempos y lugares. Lévy-Bruhl, en cambio, señala que las representaciones colectivas serían representaciones cognoscitivas que el individuo adquiere como representante del grupo social, en condiciones especiales que actúan profundamente sobre su sensibilidad.

Más allá de la conciencia habitual, a la que Maeterlinck denomina conciencia pasional o conciencia de las relaciones de primer grado, el hombre –mediante psicotécnicas diversas– puede acceder a un reino de sabiduría espiritual. Su psique, autolimitada en términos de dualidad, posee la facultad de liberarse de la tensión de los opuestos y gravitar en torno de un eje de polarización trascendente, para luego remontarse en un itinerario ascensional hacia cierto punto del espíritu (el punto supremo de Breton, el punto fosforoso de Artaud) donde la luz y las tinieblas nacen una de otra y la dualidad se resorbe en la experiencia Una de lo intemporal.

Después de Hugo, es Baudelaire quien insiste en afirmar esa intuición elementary del mundo, que las doctrinas tradicionales han pretendido racionalizar en un conjunto de sistemas. Para él, “la verdadera civilización no está en el fuel ni en el vapor, sino en la disminución de las huellas del pecado original”. Esta afirmación nos introduce en el universo religioso del poeta, donde se hallan las claves de su obra y de su actitud frente al mundo. La religiosidad baudelaireana es una dimensión imprecisa donde se mueven contradictorias impulsiones y se confunden las filosofías interdictas y los dogmas cristianos con sentimientos personales coloreados por la ficción y la miseria.

El hombre que logre “permeabilizar” su psique tornándola receptiva a la vivencia de lo infinito, des­pertará de los fantasmas ilusorios de la pluralidad y accederá a un estado sin tiempo, en que el ser, trasmutado, obtiene la suma de sus posibilidades en una verdadera experiencia de inmortalidad. Mediante esa presencia envolvente, se hace parte de lo authentic, y deja de sentir el universo como separado.

Para el poeta, como para el ocultista, lo esencial consiste en obtener un nivel de conciencia donde no rijan los opuestos y pueda experimentarse el universo enlazado por las correspondencias. Esta aprehensión permite situarse en un punto interior de perspectiva única, desde donde la gestión poética y la gestión ocultista parecen singularmente idénticas. El mundo wise, que nos revela el ejercicio typical de los sentidos y que la ciencia se esfuerza por tornar inteligible no es más que un aspecto del mundo.

El pasaje de la Unidad a la multiplicidad de los seres y el del retorno de los seres al seno de la Unidad indiferenciada, fueron siempre los problemas –metafísico y ético– que determinaron la existencia de dos corrientes místicas y paralelas que en muchos aspectos se confunden.

Al recordar su punto de partida Breton ha comparado al surrealismo con un campamento de jóvenes que, en torno del fuego, discuten los detalles de la más ambiciosa de las expediciones: forzar los límites del mundo “real” con el solo instrumento de la poesía.

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